lunes, 19 de diciembre de 2016

Del cuerpo



Hace ya varios años que mis padres compraron un pedacito de tierra en el panteón del pueblo para que ahí los enterremos el día que mueran, porque, al menos mi madre, ha sido muy enérgica en dejar claro que quiere ser sepultada, como dios manda. Pienso que a mi padre le da igual lo que se haga, pero como en casi todas las decisiones de su vida, se complica menos si le da la razón en lo que ella decida.

Hace menos años, les recordé que ellos nunca nos enseñaron ni a mis hermanos ni a mí a ir al panteón y que nunca hemos ido con ellos, por lo que me parecía algo ilógico que quisieran ser enterrados en ese lugar si seguramente nunca los visitaríamos como ellos nunca visitan a sus padres. Mi madre siempre ha argumentado que las cosas se deben dar en vida, por eso no le ve sentido a llevar flores al cementerio. Yo he ido al panteón con mis tías paternas o cuando voy al sepelio de alguien, pero nada más.

Por otra parte, creo firmemente que una vez que morimos nuestro cuerpo no tiene ya ninguna utilidad. El alma, o pena por ahí o ya está en el lugar en donde esperará volver a habitar otro cuerpo. Es la luz que no puede hacer ya nada en un foco roto.

Así que si el cuerpo fue enterrado para desintegrarse poco a poco o si fue reducido a cenizas no importa ya, es el envase vacío que tiramos porque ya no sirve para nada. Por tanto, me parece absurdo que la gente conserve las cenizas del cuerpo de alguien y diga que ahí está la persona, pero también lo es ir a ver un cuerpo carcomido o un esqueleto en un cementerio.

Pero el extremo de esta noción de la inservible idea de conservar un cuerpo humano inanimado, lo acabo de ver en Captain Fantastic. Una idea tan radical como coherente. Claro, coherente para alguien que piense como yo a este respecto. Finalmente, cada uno hace con su culo un papalote.


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