martes, 22 de diciembre de 2015

Con las manos vacías




Y nos volvemos a quedar con las manos vacías, otra vez, una vez más. No aprendemos lo que tantas veces nos han dicho, así vayamos diciendo virtualmente que hemos aprendido y que la vida nos ha enseñado. Otra puta mentira. Nos volvimos a ilusionar, volvimos a crear fantasías reales en nuestras cabecitas necias. Creímos tocar los sueños al verlos en nuestras manos, frente a nuestros ojos, tan nítidos que hasta olor tenían, y volvimos a construir con bloques de papel sobre elaborados cimientos de mondadientes.

Pero qué otra manera habría de vivir si no es así, levantando ilusiones al primer indicio de ventura, construyendo torres altísimas con naipes viejos y desgastados que se desmoronarán al primer suspiro o si alguien llegara a abrir la puerta de improviso. Qué sentido tendría el arsenal de canciones tristes que conocemos si no podemos sentirlas en la sangre como si nosotros las hubiéramos ideado y escrito, con ese estribillo que duele cada que se repite; porque además nos gusta tocar las heridas, repasarlas y hacerlas arder, para comprobar que estamos vivos.

Al final, siempre, nuestras manos quedarán vacías. No hay otro remedio.

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