jueves, 16 de julio de 2015

Los nombres I (y el que no roba es un gil...)




“El que no llora no mama y el que no roba es un gil”. –Ah chingá.

Recuerdo la primera vez que escuché –el día que lo supe– que el diminutivo de mi nombre tenía un significado feo –por decir lo menos– en Argentina (bueno, nada tan feo como el de Concepción, y más si tu madre se llama Concepción).

Fue tiempo después que escuché a Serrat cantar el tango de Santos Discépolo y ya no me sorprendió de ninguna forma conocer esos versos. Pude contextualizar entonces que mi nombre estaba emparentado "sinónimamente" con nuestro “pendejo” (por aquel entonces el asunto pasó de largo fácilmente en mi cabeza, aparte de que la chica que me lo hizo saber, se negó rotundamente a decirme el porqué no podía decirme gil, como todos los demás compañeros del taller).

Pienso que será la misma razón por la que mi amiga Mirella me bautizó como Gildo. Viviendo en argentina debe ser complicado llamarme Gil como hacen otros. Lo pienso, y sé que me sería bastante difícil llamar a alguien con un nombre que signifique algo feo, que me signifique a mí algo feo.

Soy y he sido: Gil, Gilo, Gilito, Gilote, Gili, Gilín, Gildo, Gildardín, Gilotepec, Giloso, Gilemón, Gilotzingo, Gilsucristo, Pedegil, etc. Sin mencionar mis apodos (mosco, cola, barbas, cristo, bukowski, etc).

Nuestros padres nos ponen un nombre y ya sabrá o descubrirá la sociedad como nos apoda. Nadie sabe cuál será el nombre que nos reconocerá como personas, el nombre que quedará tatuado a nuestra piel y a nuestro recuerdo cuando no estemos más por acá. El nombre asociado a nuestro rostro, cuando nuestro rostro ya no esté más.

Cuánta gente hay de la que los demás sólo recordamos el sobrenombre (mal o bien intencionado). Como mi Chabe por ejemplo, o el Jaime de los demás.

Y siempre será diferente decir que era Gil a que era un gil. Jajajaja.



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