“El que no llora no mama
y el que no roba es un gil”. –Ah chingá.
Recuerdo la primera vez que escuché –el día que lo supe– que el
diminutivo de mi nombre tenía un significado feo –por decir lo menos– en
Argentina (bueno, nada tan feo como el de Concepción, y más si tu madre se
llama Concepción).
Fue tiempo después que escuché a Serrat cantar el tango de Santos
Discépolo y ya no me sorprendió de ninguna forma conocer esos versos. Pude
contextualizar entonces que mi nombre estaba emparentado "sinónimamente" con
nuestro “pendejo” (por aquel entonces el asunto pasó de largo fácilmente en mi
cabeza, aparte de que la chica que me lo hizo saber, se negó rotundamente a
decirme el porqué no podía decirme gil, como todos los demás compañeros del
taller).
Pienso que será la misma razón por la que mi amiga Mirella me
bautizó como Gildo. Viviendo en argentina debe ser complicado llamarme Gil como hacen otros. Lo pienso, y sé que me sería bastante difícil llamar a
alguien con un nombre que signifique algo feo, que me signifique a mí algo feo.
Soy y he sido: Gil, Gilo, Gilito, Gilote, Gili, Gilín, Gildo, Gildardín,
Gilotepec, Giloso, Gilemón, Gilotzingo, Gilsucristo, Pedegil, etc. Sin mencionar mis
apodos (mosco, cola, barbas, cristo, bukowski, etc).
Nuestros padres nos ponen un nombre y ya sabrá o descubrirá la
sociedad como nos apoda. Nadie sabe cuál será el nombre que nos reconocerá como
personas, el nombre que quedará tatuado a nuestra piel y a nuestro recuerdo
cuando no estemos más por acá. El nombre asociado a nuestro rostro, cuando nuestro
rostro ya no esté más.
Cuánta gente hay de la que los demás sólo recordamos el
sobrenombre (mal o bien intencionado). Como mi Chabe por ejemplo, o el Jaime de
los demás.
Y siempre será diferente decir que era Gil a que era un gil. Jajajaja.
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