martes, 21 de julio de 2015

Los nombres II (san Gildardo)




Soy Gildardo como mi padre, él es Gildardo por haber nacido un 8 de junio, día de san Gildardo (un obispo según el calendario, del que desconozco los actos milagrosos que lo llevaron a convertirse en santo y ocupar así un lugar en el calendario), aunque también día de Medardo o Gaudencio (por fortuna fue Gildardo).

Aunque mi padre desde niño es conocido en su familia como Jaime. La razón nadie la conoce, pero todos tienen una hipótesis. La mía es que mi abuelo lo quería nombrar Jaime pero a la hora de registrarlo siguió la tradición de escoger un nombre correspondiente del calendario, el de Galván, como dictaba la tradición.

Mi hijo también es Gildardo (la tercer trilogía familiar, sumada a los Edmundos y los Julios). Y aunque casi nadie me cree, su nombre no lo escogí yo, lo eligió su madre (dice haberlo soñado parecido a mí). Cosa que ahora no debe hacerle nada de gracia, ya que además el niño es, según su palabras, un clon mío.

La verdad es que si bien no sabía como nombrarlo, no quería que llevara mi nombre. Un nombre poco común al que mucha gente estúpida (o con severas deficiencias auditivas) responde un tonto –¿cómo?– después de haberlo escuchado. Un nombre que otros tantos idiotas (igual exagero y sólo son disléxicos) no pueden leer, como si de un apelativo alemán se tratara. Nadie tuvo nunca problemas para nombrar a ningún Gilberto, pero, a pesar de compartir el mismo número de sílabas y letras, conmigo seguido ocurría alguna pifia, algunas garrafales.

Aun así, no me iba a negar a que mi hijo llevara mi nombre, a que fuera nombrado en mi honor, a que fuera Gilito como yo lo fui antes. Y ya también ha tenido disgustos debido a la sordera o dislexia de sus interlocutores; no obstante, ha dicho ya –si bien es muy pronto para poder asegurarlo– que llamará Gildardo a su hijo cuando lo tenga.

Podría nacer así el cuarto Gildardo de la familia, podría ser.

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