lunes, 30 de marzo de 2015

De la ignorancia...


“La inesperada virtud de la ignorancia”. Bendito el ignorante, el que no sabe, el que no se atormenta con preguntas que no puede responder, o que responde fatalmente, con los peores escenarios y las más nefastas posibilidades. El que es feliz en su desconocimiento. Ese ignorante que vive su día a día, sin esperanzarse con un futuro feliz, relativamente feliz, me refiero; con ciertas alegrías que puedan opacar el gris casi monocromático de todos los días: la risa contagiosa ante el pedo largo y sonoro cuando ninguno lo esperaba; la confusión y la carcajada al escuchar algo disparatado y sin sentido; el meme compartido, tan estúpido y risible, esas risotadas sinceras, grandiosas. Ese que no piensa en un futuro al que quizá no llegue, que no se atormenta con las posibilidades de cada cosa, que no se cansa pensando. Que puede creer que con sus rezos y plegarias recibirá la ayuda requerida, que se siente escuchado y cobijado por ese dios que lo ama a pesar de conocerlo, porque es su hijo y su hermano a la vez. Ese hombre que se siente resguardado tras recitar apurado una oración. 



lunes, 23 de marzo de 2015

Confesiones II




Esto es una continuación de lo narrado en Confesiones, no consecutivo, pero parte del mismo texto. Aunque se puede leer por sí solo.

Conocí a Leticia en esa fiesta a la que no quería ir, porque no quería ver a nadie. Porque no quería ver de nuevo esas expresiones de ‘pobrecito lo dejó su vieja’, porque no quería enfrentar de nuevo a los preguntones y chismosos que todo quieren saber, aun si ni siquiera son tus amigos. Porque no quería sentirme desnudo de nuevo frente a todos, cubriendo mis miserias, vulnerable y patético, con la mirada más triste que nunca. No recuerdo como es que decidí ir, pero lo hice. Si habrá sido la labor de mi buen amigo o mis ganas de no discutir. No lo recuerdo, pero no es importante. Fui. Estuve. Y mágicamente, ya muy entrada la noche, ella decidió hablar conmigo. Por qué, tampoco lo sé. Creo que estaba aburrida, y yo o alguien más daba lo mismo. Por fortuna fui yo. Estaba sentado en un sofá con mi ron en la mano, alejado del bullicio; mi mirada perdida en un mundo de pensamientos e ideas.

Se acomodó en el sofá para estar más cómoda, yo eché una mirada rápida, y según yo, discreta, por todo su cuerpo, comprobando que tenía un físico muy agradable: buenas piernas, ni gorda ni flaca, pechos medianos. Ideal para cualquiera sin más pretensiones que terminar en una cama o un sofá haciéndole lo más parecido al amor. Ideal para mí, que sólo quería coger con alguien, que alguna me cogiera: besarla, abrazarla, estrujarla, lamerla, morderla, penetrarla y sentir su cuerpo sudando junto al mío. Alguien, que me hiciera sentir al menos por unos minutos que valía la pena abrazarme y hacerme el amor. Pero no quería precipitarme, echar a perder la oportunidad. De todas maneras era decisión de ella si quería compartirme su antojable cuerpo, no mía. Las mujeres tienen ese poder de elección: me lo tiro o no me lo tiro. Nosotros podemos hacer todos los malabares que queramos, pero no decidimos un carajo. Estamos a su merced y a su gusto.

Hablamos de muchas cosas. Cantamos alguna canción que se atravesó en nuestra plática. Reímos, reímos bastante. Que ella riera era una absoluta victoria, tanto en mis planes donjuanescos, como estéticamente hablando. Pocas cosas hay más bellas que la sonrisa de una mujer que te atrae. Yo intentaba parecer lo más agradable posible, como siempre; como siempre que hay una mujer, posible compañera de cama, enfrente. El más gracioso, divertido, inteligente posible. Dentro de lo que cabe: no puedes sacar al Humphrey Bogart de “Casablanca”, de las entrañas de Capulina. Imposible. Y a menos que sea una estúpida, se te caerá el castillo de naipes al primer suspiro suyo, en el que exhala la decepción por una imitación tan patética, tan vulgar. ‘En verdad este imbécil cree que me iba a tragar eso. Por favor’. Pero ahí sigues. Su risa es el combustible que hace graciosas tus anécdotas, que le da vida a tu voz, que te vuelve la persona más elocuente y divertida con la que ella se haya topado jamás. Y ver sus ojos posados en los tuyos, atentos, divertidos, bellísimos, mientras sonríe. No hay comparación para eso. Eres dios, todo lo puedes. La oxitocina que recorre tus venas sin freno te da todo el poder que le otorga esa atenta mirada, que agradeces hoy más que nunca, que quisieras tener por siempre. Descubrir esperanzado tantas cosas en común entre los dos. Una esperanza mezclada con miedo, un miedo que nacía de mi estómago y me pedía no echar las campanas al vuelo todavía. ‘No seas idiota por favor’. Pero quisieras obedecer tus instintos y abalanzarte sobre ella y besarla como nadie la ha besado, que tus manos al tocarla le expresen todo lo que te ha hecho sentir. Que sienta cómo te tiene, cómo te ha puesto. Y armarte de valor y susurrarle al oído que le quieres hacer el amor como nadie lo ha hecho, unos segundos antes de besarla con mayor intensidad, más lujurioso y más enamorado. Pero no lo haces. Sabes que no lo harás. Aunque en tu mente todo parezca ideal, no te atreverás. Tu inmensa inseguridad aún domina tus pasos, se adueña de ti. Ahora más. Qué tal que echo a perder todo. O si me dice que no le intereso para eso, o que no está buscando nada, o que sólo podríamos ser amigos. Mi miedo es más grande que mi deseo. Ahora más.

miércoles, 18 de marzo de 2015

Pequeños apuntes de cotidianidad


Dijo González Iñárritu en uno de los discursos de sus 3 oscares que esperaba que México tuviera el gobierno que merece. Una vez que miras a tu alrededor y contemplas la putrefacción evidente de tu país, sí, ese que te dijeron que era el más bonito, el más chingón, parece que se equivocó el negro: tenemos el país que nos merecemos. (Los gobiernos son elegidos por las mayorías, al igual que se hacen las generalizaciones, qué le vamos a hacer. Sé que no todos entran en el mismo costal.)

México es un país desinformado, que lee poquísimo y lo que más se lee –hojea, sería más pertinente decir–, son chismes de farándula o deportes. Un país donde se siguen reproduciendo los mismos esquemas de corrupción y la idea del bienestar común es de dientes para afuera.  

Un país donde las personas más seguidas en redes sociales son artistitas superficiales (Paulina Rubio, Anahí, Thalía) y por ese mismo medio se propagan agresiones y descalificaciones sin sustento.

Para que algo cambie en materia de leyes debe ser aprobado por las cámaras de representantes, cámaras que aprueban y desaprueban a su conveniencia (ya hicieron algo de justicia al recortarse 100 pesotes de su escaso salario), y su conveniencia, como es de suponer, sólo conviene a ellos.

Tenemos un gobierno carente de legitimidad que gobierna con mucho menos del 50% del apoyo del electorado, cosa que no cambiará porque a los partidos y sus representantes no les conviene: total, que siga ganando el menos peor o el más guapo.

En fin.

Todos sabemos de las casas, los contratos y los regalos; de los gastos, los vestidos y los excesos; de los desaparecidos, asesinados, de la impunidad y el narcoestado; de la censura, los lameculos y el abuso de poder. Pero parece que no pasa nada.

Sólo reír de los memes de moda y compartir los artículos de indignación sin haberlos leído. Sólo eso.




miércoles, 11 de marzo de 2015

Perros, gatos y prejuicios




Dice una canción de Arjona: “te heredan sus complejos, iglesia y hasta equipo de futbol”. Dice otra de Serrat: “cargan con nuestros dioses y nuestro idioma, con nuestros rencores y nuestro porvenir”. Pocas cosas son más ciertas. Los hijos heredamos las creencias y prejuicios de nuestros padres, sus supersticiones y gustos. No nos queda de otra.

En mi casa por ejemplo, los gatos están malditos. No puedo ver uno sin sentir algún tipo de repulsión o molestia. Aprendí a odiarlos. De niño escuché bastantes historias con ellos como los malos del cuento: personajes diabólicos, empeñados en dañar, seres despreciables.

Contrario a ello, desde muy pequeño supe que el perro era el mejor amigo del hombre. Y desde que nos mudamos a una casa grande, siempre ha habido uno o dos perros en la casa. Además, vimos algunas películas donde los perros eran artífices de grandes proezas, héroes incluso.

Así que, aprendí que el perro es un ser casi celestial, mientras que el gato podría ser un demonio. El fiel y el traicionero, el lindo y el ingrato. El bien y el mal encarnados en dos animales, antagonistas por decreto no sé de quién. Más adelante vi las cosas diferentes. El perro es dependiente, mientras el gato es libre.

Pienso, que si tuviera que elegir una mascota, me inclinaría por un gato; tampoco aprendí a acariciar perros, salvo cuando eran muy pequeños (el perro servía para proteger la casa, no para jugar con él), pero al parecer son más sencillos de atender, mucho más limpios también. Aunque siendo sincero, no necesito cuidar un animal para sentirme bien.